23/5/11

Mantén la Unidad


Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo. 2 TS.3:5

«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan.13:35). Detente y medita en este versículo por un minuto. ¿Podría ser que la unidad sea la llave para ganar el mundo para Cristo?
Si la unidad es el secreto de la evangelización, ¿No debía tener precedencia en nuestras oraciones? ¿Deberíamos, como dijo Pablo, «Ser solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios.4.3)? Si la unidad es importante para Dios, ¿No debería también serlo para nosotros? Si la unidad es una prioridad en el cielo, ¿No debería serlo también en la tierra?
En ningún lugar, dicho sea de paso, se nos dice que construyamos la unidad. Se nos dice sencillamente que guardemos la unidad. Desde la perspectiva de Dios, solo hay «Un rebaño y un pastor» (Juan.10.16). La unidad no necesita crearse: Solo necesita protegerse.
¿Cómo lo hacemos? … ¿Querrá decir que debemos ser flexibles en nuestras convicciones? No. ¿Querrá esto decir que debemos abandonar las verdades que atesoramos? No. Pero sí quiere decir que debemos pensar bien las actitudes que asumimos.

Él que nos libra


“Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra.” Salmo 72:12.
El menesteroso clama; ¿Qué otra cosa podría hacer? Su clamor es oído por Dios; ¿Qué otra cosa necesitaría hacer? El lector menesteroso necesita ponerse a clamar de inmediato, pues esto será su sabiduría. No clames a los oídos de amigos, pues incluso si pudieran ayudarte sería únicamente debido a que el Señor los capacita para ayudarte. La ruta más rápida es acudir directamente a Dios, y hacer que tu clamor suba delante de Él. La línea recta permite correr mejor: corre al Señor, y no acudas a las causas secundarias.
“¡Ay!”, —clamas—“No tengo ni amigos ni ayudadores”. Es mucho mejor así; puedes apoyarte en Dios bajo ambas carencias: sin provisiones y sin ayudadores. Haz de tu doble necesidad tu doble súplica. Incluso en lo relativo a las misericordias temporales puedes esperar en Dios, pues Él se preocupa por Sus hijos en estos asuntos temporales. En cuanto a las necesidades espirituales, que son las más abrumadoras de todas, el Señor oirá tu clamor, y te liberará y te abastecerá.
Oh, amigo pobre, prueba a tu Dios rico. Oh, tú que eres desvalido, apóyate en Su ayuda. Él nunca me ha fallado, y estoy seguro de que nunca te fallará. Acude como un mendigo, y Dios no rehusará darte ayuda. Ven sin otro argumento que Su gracia. Jesús es Rey, ¿Acaso te dejará perecer por causa de tu necesidad? ¡Cómo! ¿Olvidaste esto?

Confianza en Dios


Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Jeremías.17.5
¿Cómo hemos de entender esta dramática declaración a la luz de pasajes como el de
1 Corintios.13.7, donde el apóstol Pablo afirma que el amor «Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»? ¿Será que el profeta Jeremías está condenando toda actitud de confianza en el prójimo? ¿Nos estará invitando a transitar por esta vida con una postura de permanente desconfianza hacia todo?
Si usted alguna vez ha estado en contacto con una persona que es, por naturaleza, desconfiada, seguramente me dirá que esto no puede ser lo que tenía en mente el profeta. ¡Y tiene razón! El desconfiado es aquella persona que piensa que los demás siempre quieren sacarle ventaja. Cuando se le presenta una oferta atractiva, inmediatamente comienza a buscar dónde está la trampa en el asunto. Mira el mundo y se dice a sí mismo: «Si yo no velo por mis propios intereses, nadie lo va a hacer». Está convencido de que si deja esta postura de vigilancia permanente, los demás se aprovecharán de él y le harán daño. Es muy difícil llegar a entablar una relación íntima con él, porque la sospecha todo lo contamina. En resumen, es evidente que en tales personas no está operando la gracia de Dios sino el temor de los hombres.
¿A qué, pues, se refiere el profeta? El resto del versículo nos da claros indicios acerca del problema que denuncia. Habla de la persona que ha renunciado a depositar su confianza en Dios para depositarla en los hombres. La confianza a la cual el Señor invita a todos los hombres, consiste en permitir que «él sea nuestro Dios y nosotros seamos su pueblo». Es decir, que nosotros dejemos que él provea para nuestras necesidades, guíe nuestras decisiones y sea nuestro consuelo en tiempos de crisis. El hombre que ha escogido confiar en los hombres y hacer de la carne su fortaleza ha decidido transferir estas atribuciones a otros hombres: pretende que ellos provean para sus necesidades, le guíen en sus decisiones y lo consuelen en tiempos de crisis.
En realidad, estos comportamientos son parte de nuestras relaciones con otros. Muchas veces otros proveen para nosotros, nos orientan en tiempos de confusión y proveen consuelo en momentos de crisis. En esto está la bendición de poder disfrutar de relaciones profundas e íntimas con otros, y lo recibimos como un regalo. El problema radica en pretender que los demás siempre cumplan con estas funciones en nuestras vidas. Una vez que transferimos esta carga a otros, cada vez que nos fallen nos sentiremos traicionados, defraudados o desilusionados. La esencia del problema, no obstante, no es lo efímero de nuestras relaciones con los demás, sino que pretendamos recibir de los hombres lo que solamente Dios puede dar. Quien busca entre los seres humanos lo que el Señor se ha comprometido a darnos se abrirá a una vida de desilusiones constantes.