25/3/13

Llamados a bendecir

MARZO 25 De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3.16 Quiero invitarle a que haga un pequeño ejercicio conmigo. Vamos a tomarnos, por un momento, el atrevimiento de acortar este versículo, de modo que al leerlo diga: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio». Lea dos o tres veces esa frase y sienta como la palabra «dio» comienza a cobrar fuerza. Si deja que la frase vaya penetrando en su mente y corazón, comenzará a notar que está en contraposición a lo que es nuestra idea del amor. En la definición moderna del amor, el concepto de dar no es muy prominente. Al contrario, pensamos casi exclusivamente en lo que los otros tienen que darnos a nosotros. El término «amor», en sí, es casi un sinónimo de la palabra «sentimiento». Por esta razón, cuando ya no hay sentimientos decimos que ya no existe el amor. Este concepto rara vez sufre modificaciones en nuestra vida espiritual. De esta manera, moverse en el amor de Dios no significa más que vivir buscando que él nos diga cosas lindas y afirme lo mucho que nos ama. Va acompañado de la posibilidad de presentar delante de él una lista interminable de pedidos que, de ser concedidos, nos beneficiarán casi exclusivamente a nosotros. En resumen, seguimos siendo casi iguales a lo que éramos antes de convertirnos. La profundidad de nuestro egocentrismo lo vi ilustrado en el testimonio de una señora que contó que unos ladrones habían entrado en la casa de sus vecinos, llevándose todo lo que esta pobre gente tenía. La razón por la cual esta mujer quería dar gracias era «porque a mí no me llevaron nada. ¡Gloria a Dios!» ¿Qué clase de cristianismo es este que, lejos de pensar en la posibilidad de bendecir al que fue tocado por la desgracia, me lleva a regocijarme porque yo salí ileso de la situación? Lea otra vez nuestra versión adaptada de Juan 3.16: «De tal manera amó Dios al mundo, que dio». ¿Llega usted a distinguir la diferencia en el enfoque? El acento está en el dar. Se nos presenta un cuadro en el cual el amor se traduce en acción por los demás. Esta clase de amor no espera, toma la iniciativa. No demanda, sino que se entrega. No se concentra en el beneficio, sino que se sacrifica. ¡Qué diferencia con lo que nosotros llamamos amor! ¿Cómo hemos de seguir a este Dios, sin contagiarnos de la misma actitud? La verdadera manifestación de una obra profunda del Espíritu en nuestras vidas tiene que producir un deseo incontenible de bendecir a los demás. La vida espiritual nos lleva a sacar los ojos de lo nuestro, para empezar a fijarnos en las personas que necesitan desesperadamente el amor de Dios. Para pensar: El gran evangelista Dwight Moody alguna vez dijo: «Un hombre puede ser un buen médico sin amar a sus pacientes; un buen abogado sin amar a sus clientes; un buen geólogo sin amar la ciencia; pero nunca podrá ser un buen cristiano si no tiene amor».

22/3/13

Gracia para recibir

MARZO 22 Cuando llegó a Simón Pedro, este le dijo: Señor, ¿tú me lavarás los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Juan.13:6–8 La verdadera humildad es difícil de describir. Tiene que ver con un concepto justo de uno mismo. No consiste solamente en esto, sin embargo, es producto de un mover del Espíritu de Dios, y como tal retiene ciertos rasgos misteriosos. Lo que sí podemos afirmar es que hay aparentes actitudes de humildad que no son más que la manifestación de un orgullo disfrazado. Quizás por esta razón el gran escritor Robert Murray M´Cheyne exclamó: «Oh, quien me diera el poseer verdadera humildad, no fingida. Tengo razones para ser humilde. Sin embargo no conozco ni la mitad de ellas. Sé que soy orgulloso; sin embargo ¡no conozco ni la mitad de mi orgullo!» No hay duda que los discípulos se sintieron completamente descolocados por la acción de Cristo al lavar sus pies. Esta era una labor que debería haber realizado el siervo de la casa. ¿Cómo no se les ocurrió a alguno de ellos hacerlo? Seguramente más de uno se sintió avergonzado por su propia falta de sensibilidad. Solamente Pedro se atrevió a decir algo: «No me lavarás los pies jamás», y creemos oír en sus palabras una genuina actitud de humildad. Miremos con más cuidado, sin embargo. ¿Qué clase de humildad es esta, que le prohíbe al Hijo de Dios hacer lo que se ha propuesto hacer? La falta de discernimiento en las palabras del discípulo son tiernamente corregidas por el Maestro. Al entender lo que le está diciendo, Pedro se va al otro extremo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». ¿Observó usted lo que acaba de ocurrir? Una vez más, Pedro le está dando instrucciones a Jesús acerca de la forma correcta de hacer las cosas. ¡Esto sí que es orgullo! Sin embargo, a primera vista creíamos estar frente a una persona realmente sumisa y humilde. Lo sutil de esta situación debe servirnos como advertencia. La humildad es más difícil de practicar de lo que parece. Nuestro propio esfuerzo hacia la humildad es limitado por el constante engaño de nuestro corazón. Aun las actitudes que aparentemente son espirituales pueden tener su buena cuota de orgullo. Por esto, necesitamos que Dios la produzca y manifieste en nuestras vidas. La escena de hoy nos deja en claro una simple lección: necesitamos desesperadamente que el Señor trabaje en lo más profundo de nuestro ser, para traer a luz todo aquello que le deshonra. Debemos tener certeza que el orgullo será un enemigo al acecho permanente de nuestras vidas. ¡Por cuánta misericordia debemos clamar cada día! Para pensar: Medite en la sabiduría de esta observación: «El verdadero camino a la humildad no es achicarte hasta que seas más pequeño que ti mismo; es colocarte, según tu verdadera estatura, al lado de alguien de mayor estatura que la tuya, para que compruebes ¡la verdadera pequeñez de tu grandeza!» Felipe Brooks.

20/3/13

La práctica del servicio

MARZO 20 Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote hijo de Simón que lo entregara, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Jn. 13.2–4 Hemos estado observando algunos detalles acerca del contexto de esta escena en la vida de los discípulos, el momento en que Cristo les lavó los pies a los discípulos. En el pasaje de hoy queremos concentrarnos en dos detalles adicionales. En primer lugar queremos notar el grado de madurez que demuestra el gesto de Cristo. El paso necesario antes de realizar un acto de servicio hacia el prójimo es identificar la necesidad del otro. Cuando éramos niños, era necesario que nuestros mayores no solamente nos indicaran dónde existía una necesidad de servicio, sino que también nos obligaran a realizarla, porque nuestra perspectiva de la vida no incluía conciencia de servicio. Algunas personas nunca pasan más allá de esta etapa y, aun de adultos, no sirven a menos que otros los presionen para hacerlo. Pero los que han avanzado hacia un mayor grado de madurez, responden con gozo frente a la invitación de servir al prójimo, porque han entendido que este es uno de los privilegios que se le ha concedido a los que son de Cristo. Existe, sin embargo, un tercer nivel de servicio. En este nivel no hace falta que otros nos indiquen las oportunidades para servir, ni tampoco que otros nos inviten a hacerlo. En este nivel vemos la necesidad de servicio antes que el otro diga algo. Cuando transitamos por los lugares donde desarrollamos nuestra vida cotidiana, estamos atentos a las oportunidades que se nos presentan en cada lugar. Cristo vio la necesidad de lavar los pies, e hizo algo al respecto. Es esta segunda acción que queremos resaltar. Nadie puede servir a su prójimo desde la comodidad de un sillón. Tampoco es posible experimentar el gozo del servicio si uno se mantiene en la teoría de lo que es disponerse a suplir la necesidad del prójimo. El servicio no es tal hasta que se convierte en acciones concretas hacia los demás. Por esta razón, Cristo se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ciñó una toalla y, tomando agua, comenzó a lavarles los pies a los discípulos. Esta serie de acciones concretas son las que convirtieron su deseo de servir en realidad. El servicio es una parte importante de nuestro rol como líderes. Para cultivar este aspecto de nuestra vida, necesitamos pedirle a nuestro Padre celestial que abra nuestros ojos a las oportunidades que existen a nuestro alrededor, y también que nos movilice a hacer algo al respecto. Para pensar: ¿Qué señales le alertan de que otra persona necesita de su servicio? ¿Cómo puede enseñarle sensibilidad a sus seguidores? ¿Qué actitudes son importantes para dar un buen ejemplo en el servicio?

4/3/13

» La Naturaleza del Verdadero Arrepentimiento - Thomas Watson

Les mostraré lo que es el arrepentimiento evangélico. El arrepentimiento es una gracia del Espíritu de Dios donde un pecador es humillado por dentro y es cambiado notablemente. Para una mayor ampliación, sepan que el arrepentimiento es una medicina hecha de ingredientes especiales. Si falta uno de esos ingredientes, el arrepentimiento pierde su virtud. Ingrediente 1: RECONOCIMIENTO DEL PECADO La primera parte de la obra sanadora de Cristo es aplicar el ojo salvador. Es la gran cosa que se puede notar en el arrepentimiento del hijo prodigo: “volvió en sí”. Lucas 15:17 "Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!" Él se vio a sí mismo como un pecador y nada más que un pecador. Antes de que un hombre pueda ir a Cristo debe primero ir a sí mismo. Primero debe reconocer y considerar lo que es su pecado, y conocer la plaga que es el pecado en su corazón, antes de que pueda ser debidamente humillado por su pecado. La primera cosa que Dios hizo fue la luz. La primera cosa que Dios da a los pecadores es la iluminación. El ojo fue hecho para ver y para llorar. El pecado primero debe ser visto antes de que podamos llorar por el. Por lo tanto, yo infiero que si alguien no puede ver su pecado, no puede arrepentirse. Muchos que buscan faltas en otros, no ven ninguna en ellos mismos. Ellos dicen que ellos tienen corazones buenos. ¿No es extraño que dos vivan juntos, sin que se conozcan el uno al otro? Ese es el caso del pecado. Su cuerpo y su alma viven juntas, y sin embargo es inconsciente de sí mismo. Él no conoce su propio corazón. Debajo de un velo, está oculto un rostro deformado. Las personas están veladas con ignorancia y amor propio. Por lo tanto, ellos no ven cuan deformada están sus almas. Ingrediente 2: PENA POR EL PECADO Ambrosio llama pena a la amargura del alma. La palabra Hebrea “estar apenado” significa, “tener el alma como si esta estuviera crucificada”. Esto debe ocurrir en el verdadero arrepentimiento: Isaías 12:10 “mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán” Llorarán como si sintieran los clavos de la cruz entrando en sus propios cuerpos. Una mujer puede esperar tener un niño sin dolor, como alguno puede tener arrepentimiento sin culpa. El que pueda creer sin dudas, debe sospechar de si su fe es verdadera; y el que se pueda arrepentirse sin pena, debe sospechar de si su arrepentimiento es verdadero. Salmos 51:17 "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios." Joel 2:13 "Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo" Ingrediente 3: CONFESION DEL PECADO Este pesar es una pasión vehemente que tendrá que ventilarse, liberarse, salirse, soltarse. Esta tristeza se ventila a sí misma en los ojos al llorar y en la boca al confesar: Nehemías 9:2 “Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres." Oseas 5:15 "Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán." La confesión es una acusación a uno mismo. 2 Samuel 24:17 "Y David dijo a Jehová, cuando vio al ángel que destruía al pueblo: Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre." Esto no es común entre los hombres. Los hombres nunca quieren acusarse ellos mismos, pero cuando venimos ante Dios, nos debemos acusar nosotros mismos. De hecho, el pecador humilde hace más que acusarse a sí mismo; él se sienta en el juicio, y emite sentencia contra él mismo. Él confiesa que merece estar bajo la ira de Dios. Ingrediente 4: VERGÜENZA POR EL PECADO El cuarto ingrediente del arrepentimiento es la vergüenza: Ezequiel 43:10 Tú, hijo de hombre, muestra a la casa de Israel esta casa, y avergüéncense de sus pecados; y midan el diseño de ella. El sonrojarse es el color de la virtud. Cuando el corazón se ha vuelto negro por el pecado, la gracia enrojece el rostro con el sonrojamiento: “Esdras 9:6 y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. El hijo prodigo estuvo tan avergonzado de sus pecados que pensó que no era digno de que su Padre lo tratara como a su hijo. Lucas 15:21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Ingrediente 5: ABORRECIMIENTO DEL PECADO El quinto ingrediente del arrepentimiento genuino es el aborrecimiento del pecado. Hay un aborrecimiento, un odio hacia las abominaciones: Ezequiel 36:31 Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones. Una persona que se arrepiéntete de verdad es un aborrecedor del pecado. Si el hombre odia lo que hace que su estomago enferme, mucho más odiará lo que hace que se conciencia se enferme. Aborrecer el pecado es más que dejarlo. Uno puede dejar el pecado por temor, pero la repugnancia y aborrecimiento del pecador es un odio hacia éste. Cristo nunca es amado hasta que el pecado es odiado. El cielo nunca es anhelado hasta que el pecado es aborrecido. El arrepentimiento genuino comienza en el amor de Dios y termina en el aborrecimiento del pecado. Ingrediente 6: VOLVERSE DEL PECADO El sexto ingrediente del arrepentimiento es volverse del pecado. El verdadero arrepentimiento, como un acido cítrico, destruye la cadena de hierro del pecado. Ezequiel 14:6 “Por tanto, di a la casa de Israel: Así dice Jehová el Señor: Convertíos, y volveos de vuestros ídolos, y apartad vuestro rostro de todas vuestras abominaciones.” Ese volverse del pecado es llamado un “dejar el pecado”. Isaías 55:7 Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Es llamado un “echar de uno la iniquidad”. Job 11:14 Si alguna iniquidad hubiere en tu mano, y la echares de ti, Y no consintieres que more en tu casa la injusticia. La muerte del pecado es la vida del arrepentimiento. El mismo día que un cristiano se vuelve del pecado, debe comenzar poner al pecado en un ayuno perpetuo. El ojo debe ayunar de miradas impuras. El oído debe ayunar de escuchar chismes. La lengua debe ayunar de ofensas. Las manos debes ayunar de dar soborno. Los pies deben ayunar del camino de ir a la prostituta. Y el alma debe ayunar de amar la perversidad. Este volverse del pecado implica un cambio notable. Hay un cambio radical en el corazón. En el arrepentimiento, Cristo convierte el corazón de piedra en un corazón de carne. Hay un cambio radical en la vida. Volverse del pecado es algo tan visible que otros pueden darse cuenta. Es llamado un cambio de la oscuridad a la luz. Efesios 5:8 Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz. Un barco esta yendo al este; y viene un viento y lo cambia al oeste. Igualmente, un hombre está yendo al infierno antes de que el viento contrario del Espíritu Santo sople, cambie su dirección y cause que navegue al cielo. El arrepentimiento produce un cambio visible en una persona, que hace que parezca como si otra alma hubiese tomado lugar en el mismo cuerpo. fuente: www.tronodegracia.com